14 AGOSTO, 2020
Antes de continuar leyendo, permíteme comentarte que este artículo forma parte de una serie de artículos bajo el encabezado: “El Evangelio del Reino”. Si aún no leíste la introducción ni las primeras dos partes, te animo a entrar a los siguientes links: El Evangelio del Reino (1), Jesus, ¿es un dios que te necesita? (2), Jesús, ¿está profundamente enamorado de ti? (3)
Para las personas del siglo XXI parece ser muy natural el ejercicio democrático del voto. Cada cierto período de tiempo determinado por la Constitución, los ciudadanos adultos eligen a los principales miembros del poder ejecutivo, siendo la figura protagonista, el Presidente. Sin embargo, durante gran parte de la historia humana no fue así. Las naciones más fuertes dominaban a las más débiles y las mismas dinastías permanecían en el poder generación tras generación. El gobierno se heredaba o se conquistaba, pero la elección estaba lejos de ser la norma. Hoy día, si bien la realidad es que la única participación ciudadana es, en la mayoría de los casos, el voto, tenemos más libertad. Al menos, si disentimos con el gobierno de turno, podemos irnos a otro país más libre y allí prosperar, ya que no todas las naciones padecen bajo gobiernos tan controladores y totalitarios; por lo cual, tenemos distintas opciones. Esa es la realidad de millones de venezolanos que han abandonado las tierras esclavizadas al gobierno autoritario de Nicolás Maduro.
Es a raíz de esto, que aplicando los mismos principios que gobiernan o han gobernado los asuntos políticos de los hombres, muchos llegan a pensar que esto mismo es cierto de Dios, y en particular, de Su Hijo Jesucristo. Los tales creen que a menos que aceptes a Jesús en tu corazón, ÉL NO PUEDE SER TU REY. Es decir, que al menos que tú le des permiso, que tú lo elijas, Él no tiene ninguna autoridad sobre ti. Sin embargo, nada puede estar más lejos de la realidad. Es correcto que los hombres sean elegidos, que su autoridad sea limitada, y su poder descentralizado. No obstante, Dios es Rey desde la eternidad, Su autoridad es ilimitada y Él concentra todo el poder. Él es el Dios Eterno y Todopoderoso, y Él es quien gobierna todas las cosas.
Jesús no es un Rey elegido democráticamente, Él no es un Rey que fue votado por la mayoría, ni necesita ni depende de nuestra aprobación para serlo. Él es Rey porque fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de Santidad, por la resurrección de entre los muertos (Romanos 1:4). Es el Padre quién le ha dado toda autoridad al Hijo porque Suya es la tierra y Su plenitud, el mundo y los que en él habitan (Salmos 24:1) y Él da el reino a quien a Él le place. Así nos lo muestra el Señor a lo largo del libro de Daniel. Brevemente, en el capítulo 2 leemos que Nabucodonosor (rey de Babilonia) tuvo un sueño de una gran estatua cuyos miembros estaban hechos de distintos materiales: oro, plata, bronce, hierro y barro. Según la interpretación que el Señor reveló a Daniel, esa estatua simbolizaba el reinado de Nabucodonosor y los subsiguientes tres imperios mundiales, el último de los cuales, estaría dividido. Sin embargo, en ese sueño, una pequeña piedra golpeó la estatua y la desmenuzó, señalando que en los días del Imperio Romano (el tiempo del nacimiento de Jesús) “el Dios del cielo levantará un reino que jamás será destruido y no será entregado a otro, desmenuzará y pondrá fin a todos aquellos reinos y él permanecerá para siempre” (v.44). Sin embargo, Nabucodonosor no aprendió la lección y en el capítulo 4 leemos que él fue castigado para entender que el Altísimo domina sobre el reino de los hombres y que lo da a quien le place (v.25). Como bien declara Deuteronomio 4:39 “el Señor es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra; no hay otro.” En el capítulo 7 de Daniel vemos una escena celestial en la que el Hijo del Hombre (nuestro Señor Jesucristo) se acerca al Anciano de Días (el Padre) y (v.14) al Hijo le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y Su reino uno que no será destruido.
En tiempos de Navidad, Isaías 9 es uno de los capítulos más leídos. No obstante, usualmente, leemos solo la mitad, hasta el versículo 6 “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” Es una porción bellísima, pero el texto continúa. El versículo 7 dice“El aumento de Su soberanía y de la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre Su reino, para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia, desde entonces y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará esto.” Estas no son profecías aisladas; todo el AT profetiza la llegada del Rey, y ese Rey vino. Aun así, muchos creen que dichas profecías se cumplirán luego de la Segunda Venida de Cristo, alegando que Cristo aún no es el Rey Soberano.
¿Qué vemos cuando llegamos al NT? Vemos la exaltación y entronación de Cristo. En Hechos 2 se nos narra la poderosa predicación de Pedro. Él, argumentando a partir de varios Salmos mesiánicos, dijo las siguientes palabras en los versículos 32-36: A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque David no ascendió a los cielos, pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies». Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.” Estos últimos no son títulos comunes. Señor es una palabra de muchísimo peso, es el calificativo que tenían los Césares romanos, quienes tenían toda la autoridad sobre el Imperio Romano. Es también la palabra que en el AT se usaba para referirse a Jehová, el Dios Eterno. Y Cristo es la transliteración griega de Mesías. En otras palabras, llamar a Jesús Mesías es reconocer que Él es el Rey prometido.
Pilato le preguntó a Jesús: ¿Eres tú Rey de los judíos? Y el Señor le contestó: Tú lo dices (Mateo 27:11). Y, según Juan 18:37, el Señor añadió “para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo.” Efesios 1:20-23 nos dice que Dios “obró en Cristo cuando le resucitó de entre los muertos y le sentó a su diestra en los lugares celestiales, muy por encima de todo principado, autoridad, poder, dominio y de todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo sino también en el venidero. Y todo sometió bajo sus pies, y a Él lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que lo llena todo en todo.” 1 Pedro 3:22 declara que Cristo “está a la diestra de Dios, habiendo subido al cielo después de que le habían sido sometidos ángeles, autoridades y potestades.” Hebreos 10:12-13 nos dice que Jesús, “habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios, esperando de ahí en adelante hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.” Hay muchísimos versículos más en los cuales podríamos detenernos, pero eso haría demasiado largo el artículo y quizás algunos abandonen la lectura.
Quisiera despedirme con una reflexión final. El reino de Cristo, el Señorío de nuestro Salvador es el fundamento de la gran comisión: Mateo 28:18-20 dice: “Y acercándose Jesús, les habló, diciendo: Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y discipulad a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” Si niegas la autoridad de Cristo, entonces no puedes hacer evangelismo. ¿En nombre de quien irás a proclamar un mensaje de perdón y reconciliación con Dios? ¿En nombre de alguien que sólo tiene autoridad en el cielo? ¿O irás en el Nombre de Aquel quien posee autoridad sobre cada nación de la tierra? ¿Qué garantía puedes ofrecer si Él no gobierna todas las cosas? La próxima vez que proclames el evangelio, no le pidas a esa persona que acepte a Jesús en su corazón, no le digas que Él necesita Su permiso. Por el contrario, proclama a Jesús como Rey, y dile que ha sido acusada de traición por rebelarse en contra del Rey Soberano. Pero también recuerda que este Rey se humilló y cambió Su corona de diademas por una corona de espinas, para que tú y yo estemos en paz con Él.
Puedes leer el siguiente artículo de la serie en el siguiente link: Jesús, ¿solo quiere salvar TU alma? (5)
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