29 JULIO, 2020
Antes de continuar leyendo, permíteme comentarte que este artículo forma parte de una serie de artículos bajo el encabezado: “El Evangelio del Reino”. Si aún no leíste la introducción ni la primer entrada, te animo a entrar a los siguientes links: El Evangelio del Reino (1), Jesus, ¿es un dios que te necesita? (2)
Juan era un muchacho bien parecido que tenía un buen puesto de trabajo en la empresa de su padre. Violeta era una joven universitaria que estaba estudiando medicina. Ellos se conocieron en un bar y al cabo de unos meses, Juan le confeso a Violeta que estaba profundamente enamorado de ella. Sin más, ese mismo día llevó consigo un anillo de compromiso y le propuso matrimonio. Ella no estaba tan segura de aceptar. Juan era apuesto, atlético y simpático, pero tenía problemas con el alcohol y aunque ganaba mucho dinero, era muy ávido en malgastarlo. Él era una persona inestable, poco constante y muy cambiante. Violeta no estaba segura. No obstante, tenía solo unos segundos para pensarlo. ¿Qué haría? No hacía mucho que lo conocía, y aunque se sentía atraída por él, no estaba dispuesta a compartir toda su vida a su lado. El futuro inmediato quizás era atractivo, pero no al largo plazo. El corazón vs la mente. Las emociones vs la cordura. Las pasiones vs la prudencia. ¿Qué harías tú?
Este tipo de situaciones rara vez termina bien, porque la pasión y las emociones suelen ganarle a la cordura y se constituyen en el fundamento de ese matrimonio. Estamos hablando del enamoramiento. No me malinterprete, el enamoramiento puede llegar a ser una sensación maravillosa y placentera. Pero, ¿debería ser el fundamento de una relación tan importante y crucial como el matrimonio? Según las Escrituras, el matrimonio es para toda la vida: “Hasta que la muerte los separe”. El mejor fundamento para el matrimonio es el amor. ¿Y qué es el amor? es la fidelidad al pacto. Fidelidad al pacto que hicieron esas dos personas que decidieron voluntariamente unir sus vidas y comenzar una nueva familia juntos.
Si el matrimonio, una relación tan bendita y una institución tan importante, pero a la vez temporal, transitoria y pasajera, está fundamentada – no sobre el enamoramiento – sino sobre el amor, ¿Por qué esperaríamos menos de la relación entre Dios y Su pueblo? Tristemente, más de una vez, he escuchado: “Jesús está profundamente enamorado de ti”. A menudo, lo hacen líderes cristianos que añaden a esto: “Él está golpeando a la puerta de tu corazón, necesita que lo dejes entrar, implora por tu permiso”. Sin juzgar las intenciones de estas personas, que poco importa si son buenas o malas, representar a Jesús de esa manera no agrada Dios y no hace bien a los hombres.
El enamoramiento es a menudo entendido como una sensación humana impulsiva, desatada por el objeto amado, que lleva al sujeto a comportarse de manera irracional. Primero, es una sensación humana, por lo tanto, puede acabarse. Las sensaciones son eso, meras emociones y sentimientos, percepciones de la realidad. Segundo, es impulsiva y desatada por el objeto amado. Es decir, yo no decido enamorarme; simplemente sucede, es un impulso que despierta la persona de la que estoy enamorado. Y, por último, lleva al sujeto a comportarse de manera irracional. Es decir, nos controla, y a veces, no pensamos en lo que hacemos, no actuamos con cordura.
Ninguna de esas cosas aplica a Dios. En primer lugar, el amor de Dios no es una sensación humana. Es una decisión que siempre va acompañada de acción. Jeremías 31:3 dice “Con amor eterno te he amado, por eso te he traído con misericordia”. En otras palabras, la razón por la cual te he extendido misericordia es porque te he amado. Fíjese, ese amor es eterno. No es un sentimiento pasajero ni circunstancial. Es el fundamento de la gracia de Dios extendida hacia Su pueblo. Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, más tenga vida eterna.” Su amor no son palabras vacías y livianas que se lleva el viento. Su amor lo llevó a dar lo más preciado: Su único Hijo. Gálatas 2:20 dice: “(…) el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” Su amor resultó en un acto de entrega total.
En segundo lugar, el amor de Dios no es desatado por el objeto amado. Dios no vio algo especial o distinto en nosotros que lo haya motivado a amarnos. 1 Juan 4:10 dice “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.” Aquí no solo vemos nuevamente el amor vinculado a la acción, sino también que el motivo por el cual Dios decidió amarnos reside en Él mismo. Dios no respondió a nuestro amor hacia Él. Él nos amó primero y somos nosotros quienes debemos responder a Él.
En tercer lugar, bajo ninguna circunstancia, Dios actúa de manera irracional. Por demás está decir que es Él quien define los límites de la racionalidad. Afirmar que Dios es irracional es juzgar a Dios por otro estándar fuera de Él mismo. Eso es idolatría. Dios jamás actúa neciamente, sino que Él es la fuente de la sabiduría. Proverbios 2:6 dice “Porque el Señor da sabiduría, de Su boca vienen el conocimiento y la inteligencia”.
En resumen, reducir el amor de Dios al enamoramiento humano es una enseñanza contraria a las Escrituras que representa equivocadamente quién es Dios. Es humanizar a Dios, haciéndolo semejante a nosotros. El enamoramiento nos hace creer que sin tal persona no podemos vivir, que la necesitamos. Pero Dios, Él no está enamorado de nosotros, Él es consciente que no nos necesita. Sin embargo, lo maravilloso es que, aunque Dios no nos necesita, Él haya decidido amarnos. ¡Que glorioso!
Puedes leer el siguiente artículo de la serie en el siguiente link: Jesús, ¿necesita TU permiso para ser tu Rey? (4)
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