La necesidad de "odres nuevos" y romper con ciertos paradigmas predominantes en la iglesia moderna no elimina la necesidad y el fundamento de una fe ortodoxa. Por ello, quisiera resaltar el lugar que ocupa el cristianismo histórico y la tradición reformada en este ministerio.
En primer lugar, hay un compromiso general con los credos históricos de la iglesia universal, reafirmando las bases distintivas del cristianismo:
En este sentido, los recursos ofrecidos en Libertad y Esperanza afirman la fe común de diversas tradiciones protestantes así como también la Iglesia Anglicana y Católica Romana. Esta unidad doctrinal se sustenta en las siguientes doctrinas presentes en los credos y definiciones anteriormente mencionadas:
“Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible; (...) y en un solo Señor, Jesucristo, el unigénito de Dios, (...) Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, (...); que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria (...), un solo Dios en Trinidad y la Trinidad en unidad, sin confundir sus personas ni dividir su sustancia (...) Y en esta Trinidad, nada es antes o después, nada es mayor o menor; en su totalidad las tres personas son coeternas y coiguales entre sí”.
“El Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre (...) semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (...) por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo y de María la Virgen y se hizo hombre; por nuestra causa fue crucificado en tiempo de Poncio Pilato y padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras y subió al cielo.”
“Él está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin (...) creo en la resurrección de la carne y la vida eterna”.
Sin embargo, además de la fe universal que confiesan todos los cristianos, hay una tradición en particular con la cual se identifica más este ministerio y la misma es claramente expresada en las bases doctrinales de las confesiones y declaraciones históricas de la fe reformada, tales como:
De toda la amplia riqueza doctrinal que contienen estos documentos, quisiera señalar algunos extractos distintivos:
“La autoridad de las Santas Escrituras, por la que ellas deben ser creídas y obedecidas, no depende del testimonio de ningún hombre o iglesia, sino exclusivamente del testimonio de Dios (quien en sí mismo es la verdad), el autor de ellas; y deben ser creídas, porque son la Palabra de Dios.” (CFW - Capítulo 1 - IV)
“El Juez Supremo por el cual deben decidirse todas las controversias religiosas, todos los decretos de los concilios, las opiniones de los hombres antiguos, las doctrinas de hombres y de espíritus privados, y en cuya sentencia debemos descansar, no es ningún otro más que el Espíritu Santo que habla en las Escrituras.” (CFW - Capítulo 1 - X)
“Creemos que este buen Dios, (...) Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordeno libre e inalterablemente todo lo que sucede (...) y después de haber creado todas las cosas, no las abandonó a la contingencia y el azar sino que las dirige y gobierna según su santa voluntad, de tal forma que nada ocurre en este mundo sin la disposición ordenada de Dios. (...) Él es la única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas las cosas, teniendo sobre ellas el más soberano dominio, y, haciendo por ellas, para ellas y sobre ellas toda su voluntad. (...) Esta doctrina nos provee de consuelo inexplicable ya que nos enseña que nada nos ocurre por casualidad sino sólo por la disposición de nuestro bondadoso Padre celestial, que vela por nosotros con cuidado paternal, sosteniendo todas las criaturas bajo su señorío, de modo que ni un cabello de nuestras cabezas (pues todos están numerados), ni un gorrión caen a tierra sin que lo permita nuestro Padre.”
(CFW - Capítulo 2 - II, Capítulo 3 - I, Confesión Belga, Artículo 13)
“En cuanto al hombre, (...) varón y hembra (...), en el principio fue creado bueno, (...) justo y verdaderamente santo, (...) y a imagen de Dios y Dios le puso en el Paraíso como señor de todo lo creado.
(...) Mas cuando instigado por la serpiente y (...) abusando de la libertad de su propia voluntad (...) dejó la bondad y la justicia, (...) rebelándose contra Dios (...) cayó bajo el poder del pecado, de la muerte y (...) la maldición. (...) Y este estado en que cayó es el mismo en que nos hallamos todos los descendientes: (...) muertos en el pecado, y totalmente corrompidos en todas las facultades.
(...) Al ver que Adán y Eva se sumieron así tanto en la muerte física como espiritual, haciéndose completamente miserables, se dispuso a encontrarlos, a pesar de que ellos, temblando completamente, huían de Dios. Dios los consoló prometiéndoles que les daría a su Hijo, nacido de mujer, para que aplastase la cabeza de la serpiente, y para bendecirlos.
De modo que, confesamos que Dios cumplió su promesa que hizo a los primeros padres y madres mediante la boca de los santos profetas cuando envió a su único y eterno Hijo de Dios al mundo en el tiempo señalado. (...) fue puesto bajo la ley, la que cumplió perfectamente; padeció los más crueles tormentos directamente en su alma y los más dolorosos sufrimientos en su cuerpo; fue crucificado y murió, fue sepultado y permaneció bajo el poder de la muerte, aun cuando no vio corrupción. Al tercer día se levanto de entre los muertos con el mismo cuerpo que tenía cuando sufrió, con el cual también ascendio al cielo y allí está sentado a la diestra del padre. (...) Por eso confesamos y predicamos en alta voz que Jesucristo es el único Redentor y Salvador, rey y Sumo Sacerdote, el verdadero Mesías esperado y bendito.
(...) Así que, Dios dio a conocer su justicia hacia su Hijo, acusado de nuestros pecados, y derramó su bondad y misericordia en nosotros, culpables y dignos de condenación, entregándonos a su Hijo a la muerte, a causa del amor más perfecto, y levantándolo a la vida para nuestra justificación, a fin de que a través de él tengamos inmortalidad y vida eterna.”
(CFW - Capítulo 4 - II, Capítulo 8 - IV, SCH - Artículo 7, Artículo 11, Artículo 20, CDD - III y IV - Artículo 1, Confesión Belga - Artículo 14)
“Enseñamos que mediante la Ley de Dios nos ha sido expuesto lo que debemos hacer o no hacer y lo que es bueno y justo o malo e injusto. Por lo tanto confesamos que la Ley es buena y santa. (...) Creemos que mediante dicha Ley divina nos han sido dados a conocer perfectamente la voluntad de Dios y todos los mandamientos necesarios referentes a los diversos campos en que la vida se desenvuelve.
(...) Creemos que las ceremonias y símbolos de la ley terminaron con la venida de Cristo, y que todos los presagios han terminado, de modo que (...) la Ley de Dios es abolida, pero en el sentido de que no nos condena ni nos trae la ira divina porque estamos bajo la gracia (...) Esto no significa que desechemos la Ley, menospreciándola, pues tenemos presente las palabras del Señor, que dice: «Yo no he venido para abolir la Ley, sino para cumplirla». (...) Quiere decir esto, (...) que las sombras han desaparecido, y (...) la verdad y sustancia de estas cosas permanecen para nosotros en Jesucristo, en quien han sido cumplidas.
(...) Por lo tanto, continuamos usando el testimonio que se deriva de la ley y los profetas para confirmarnos en el evangelio y para regular nuestras vidas con toda integridad para la Gloria de Dios, según la voluntad de Dios.
(Confesión Belga - Artículo 12, Artículo 25)
La corriente reformada que se desprende de las confesiones y documentos anteriormente mencionados también es conocida como "calvinismo" y cobra su nombre del teólogo y reformador de segunda generación Juan Calvino. Desde Calvino en adelante, algunos teólogos reformados notables han sido John Knox, Jonathan Edwards, John Owen y John Gill.
En tiempos modernos, la tradición reformada se ha nutrido del aporte y contribución de numerosos hombres de Dios, no solo en cuestiones teológicas (con notorios referentes como Charles Hodge, B. B. Warfield, J. Gresham Machen, Geerhardus Vos, Herman Bavinck, John Murray y Louis Berkhof), sino también llevando las implicaciones de este cuerpo doctrinal a diversos campos, tales como la filosofía (Herman Dooyeweerd), apologética (Cornelius Van Til), cultura (Abraham Kuyper), cosmovisión (Francis Schaeffer), ética (R. J. Rushdoony, Greg Bahnsen) y economía (Gary North), entre otros.
Por último, es necesario reafirmar y enfatizar el compromiso distintivo de la doctrina reformada con la autoridad última y final de las Escrituras, por encima de cualquier hombre, institución o tradición humana. Tal principio escritural está en el corazón del lema ecclesia reformata, semper reformanda (iglesia reformada, siempre reformándose). La fe reformada no es la forma acabada, final o perfecta de la fe cristiana sino que busca examinarse y perfeccionarse en la fe est secundum verbum dei (según la Palabra de Dios). Esa es realmente nuestra autoridad final y absoluta para toda la vida.