28 SEPTIEMBRE, 2024
A menudo, cuando leo un libro, ensayo o serie de artículos, suelo tomar notas extrayendo parcialmente el contenido, añadiendo algunos comentarios que creo pertinentes, así como también ciertos énfasis con negrita y cursiva. Habiendo participado recientemente del curso de Apologética del Centro Kuyper, quisiera compartir uno de estos “resúmenes” que he hecho de una de las lecturas bibliográficas que acompañaban las clases.
El material que comparto con usted ha sido traducido por Reformation 21 y publicado originalmente por The Alliance Of Confessing Evangelicals. Tal y como mencioné anteriormente, he hecho algunas pequeñas correcciones así como también añadido ciertos énfasis y comentarios. Sin más, a continuación el compendio, y al final un PDF descargable del mismo.
Introducción
Los Diez Principios son los siguientes:
Debemos tener presente ante nosotros, desde el inicio y en forma constante, el hecho de que estamos defendiendo la Fe cristiana y no algún tipo de teísmo genérico. Que la fe, la fe cristiana, debe empezar con y necesariamente incluir, la Trinidad de Dios (Dios Trino y Uno).
Finitud Humana y Dependencia de Dios
En el transcurso de nuestra defensa de la Fe, tomamos originariamente nuestros principios para razonar y pensar de la verdad de las Escrituras, que forman e informan nuestros principios reformados. Es decir: nuestra doctrina de Dios y nuestra doctrina de las Escrituras. Por ejemplo, admitimos que nuestras leyes de pensamiento no son capaces de penetrar, de manera integral, en el carácter del Dios Trino. Por lo tanto, lo que nosotros afirmamos acerca de Dios tiene su fundamento en lo que Él ha dicho sobre sí mismo, y no en lo que nosotros, primariamente y por nosotros mismos, podríamos pensar que es “razonable”. En otras palabras, afirmamos como verdaderas cosas que nuestras mentes no pueden comprender.
Aquí está la ironía de la condición humana: la única manera correcta de razonar y pensar es comenzando con lo que no comprendemos y no podremos comprender, es decir, el misterioso e incomprensible Dios Trino. Esto es lo que necesitan escuchar los que están fuera de Cristo. Para abrazar su verdad se requiere arrepentimiento, un cambio de mentalidad que emana de la humildad noética.
(…) Tenemos que empezar por reconocer que nuestro pensamiento es dependiente, no independiente, y que, como seres humanos, no podemos agotar ningún aspecto del carácter Trino de Dios o de la realidad que Él ha hecho y sostiene. Sólo Dios hace eso.
Condescendencia Divina
Porque Dios es Trino, Él es capaz de condescender hacia su creación, mientras continúa siendo lo que Él es. Es decir, es central para la identidad de Dios que sea Trino. Debido a que Él es Trino, la segunda Persona de la Trinidad pudo descender, en tiempo y espacio. Y lo hizo desde el principio de la creación hacia la eternidad. No sólo esto, sino que cuando el tiempo llegó plenamente, tomó una naturaleza humana, caminó sobre la tierra, al tiempo que continuó siendo totalmente Dios. En otras palabras, el centro de la Encarnación del Hijo es la afirmación de queÉl condescendió sin por ello sacrificar su deidad esencial (es decir, su omnisciencia, omnipotencia, aseidad, inmutabilidad, etc.).
La imposibilidad de “un dios no trino”
En relación con lo anterior, uno podría preguntarse: “¿Es posible condescender para un dios que sea sólo uno, y no uno en tres? ¿Qué le impediría condescender al dios del Islam, por ejemplo? ¿Por qué Dios debe ser Trino para condescender? ¿No es posible condescender y redimir para un Dios que sea solamente uno?”. La respuesta corta a esta pregunta es: “No. No es posible condescender y redimir para un dios que sea sólo uno.” Esta es una de las razones por las que el Islam no puede tolerar a un dios que en realidad habla y se revela. Para revelarse a sí mismo, debería rebajarse.
Más allá de eso, sin embargo, está la recurrente, aberrante y vacía noción de “posibilidad” en sí misma, toda vez que surgen estas preguntas. La razón por la que no es posible que un dios que sea sólo uno pueda condescender es que tal dios no existe o no podría existir. Dado que sólo el Dios cristiano Trino existe, es imposible que exista ningún otro dios. Yplantear una posibilidad sobre la base de una imposibilidad previa es, bueno, imposible. “Pero”, dices, “¿no es teóricamente posible que un dios que sea sólo uno pueda condescender?” La respuesta para esta pregunta es la misma. ¿Cómo podría ser teóricamente posible que un dios que sea sólo uno pueda condescender cuando la misma actividad de teorizar sobre esa posibilidad de conceptualizarla, de posibilitarla, depende de la existencia real de Dios Trino? En otras palabras, la pregunta misma presupone su imposibilidad, ya que sólo se puede plantear desde la necesidad de la existencia del Dios Trino.
Esto no significa, por supuesto, que nunca sea apropiado para una Apologética reformada abogar por el cristianismo con un énfasis en la unidad de Dios, sino todo lo contrario. Dado que Dios es, de hecho, un solo Dios, es perfectamente adecuado y correcto defender la fe focalizados en esta unidad. Pero no puede ser una unidad en abstracto: no puede ser una unidad obtenida de la razón, con la Trinidad “añadida” posteriormente desde la revelación; no puede ser una unidad que se incluya como uno de los aspectos de la realidad creada. El Dios uno debe ser el Dios uno que habla, que realmente habla, y que, permaneciendo lo que Él es esencialmente, se somete para relacionarse con Su creación, y concretamente, con las criaturas de Su Pacto. Sólo el Dios Trino podía hacer esto, ya que el único Dios que existe es el Dios Trino.
Conclusión
Por lo tanto, siempre debemos ir a los que están fuera de Cristo con una afirmación robusta sobre la Trinidad de Dios. Esa afirmación sirve para solicitar una mentalidad humilde.Restringe adecuadamente nuestro omnipresente impulso hacia la autonomía. Pero más importante, tal afirmación por sí sola puede llevar a una discusión sobre las gloriosas verdades del Evangelio, sin el cual la vida en este mundo no es más que correr tras el viento.
El basamento de la casa de la teología reformada tiene dos componentes sobre los cuales se construye su teología. El primero (…) es el principium essendi, o el fundamento de la existencia: “el que se acerca a Dios debe creer que él existe” y “entendemos que el universo fue creado por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve no fue hecho a partir de cosas que son visibles” (Hebreos 11:6,3). Con esto nos referimos a la existencia del Dios Triuno (Uno y Tres).
El segundo principium, el principium cognoscendi o base del conocimiento, es la Sagrada Escritura. En principio, ningún cristiano serio disputaría la autoridad absoluta de las Escrituras. Sin embargo (…) los conflictos surgen cuando se revisa el tema del fundamento de la autoridad de las Escrituras. Por ejemplo, Norman Geisler piensa que [este enfoque] falla al hacer la distinción entre la Biblia, por una parte, y la Palabra de Dios, por la otra. El punto que [él] quiere destacar en esta objeción es que, si bien la Palabra de Dios es absolutamente autoritativa, la Biblia necesita tener apoyo probatorio y racional si se va a afirmar que es la Palabra de Dios. Desde este punto de vista, la Biblia no tiene autoridad propia: recibe autoridad sólo después de trabajar suficientemente para establecer su estatus de autorizado.
(…) Cuando confesamos que las Escrituras son el basamento (principium) de nuestro conocimiento, estamos confesando que es teológicamente ilícito intentar “meterse detrás“ de las Escrituras con el fin de proporcionar una base para justificar su condición fundacional. Si necesitamos aportar bases para probar el estatus fundacional de las Escrituras, entonces, ¿por qué no también la necesidad de establecer un basamento provisto para el estatus funcional de las Escrituras? Y esto se repetiría una y otra vez.
(…) Es precisamente por esa razón que Aristóteles sostuvo que debe haber un principio que fundamente nuestra existencia y nuestro conocimiento. De lo contrario, estaríamos saltando de un supuesto “fundamento” al siguiente, al siguiente y así hasta el infinito. El resultado final sería que no hay, absolutamente, ningún fundamento.
(…) Los reformadores fijaron claramente el hecho, que se había perdido en la época medieval, de que la revelación de Dios,y sólo ella, puede proporcionar el cemento impenetrable y permanenteque es necesario paraque cualquier conocimiento verdadero (y para una vida coherente o consistente con él) sea tenido como absoluto.
En su explicación magistral y concisa acerca de la autoridad de las Escrituras, la Confesión de Fe de Westminster, 1.4, dice lo siguiente:
La autoridad de las Sagradas Escrituras, que requieren ser creídas y obedecidas, no depende del testimonio de ningún hombre o de la Iglesia, sino que depende enteramente de Dios(que es la verdad misma), su Autor, y por lo tanto, debe recibirse porque es la Palabra de Dios.
En otras palabras, una vez que confesamos que Dios es el essendi principium, necesitamos confesar en el mismo aliento que las Sagradas Escrituras son nuestrocognoscendi principium, ya que son, de hecho, la Palabra de Dios. Respecto de las bases cristianas, esta afirmación sobre la autoridad de la Biblia fue la “reforma” más radical de la Reforma. Fue radical ya que llegó a la raíz del problema (radix) que fue plagando la iglesia. La Reforma recuperó el componente perdido de las bases del cristianismo para el conocimiento (y, por lo tanto, para la vida). Se recuperó la auto certificación de las Escrituras.
Dado que la autoridad de Dios está incrustada en las propias palabras de nuestras Biblias (y esas verdades que “por buena y necesaria consecuencia” se establecen a partir de las Escrituras), debemos estar listos para recurrir, utilizar, proclamar, dar a conocer, impartir, razonar de acuerdo con, conversar acerca de, “luchar” con, etc.: la verdad de las Sagradas Escrituras. En cualquier punto de nuestra conversación y defensa donde se comunique la verdad de Dios, en ese preciso momento, “pasa a través” de aquellos a los que se comunica y lleva a cabo los fines para los que Dios la envió inicialmente (Isaías 55, 10-11).
Nuestros amigos no creyentes necesitan escuchar la Palabra en nuestra defensa de la cristiandad: es lo único que puede cambiar sus corazones de piedra en corazones de carne. La incredulidad que permanece en nuestro corazón también necesita escuchar. Esto es lo único que tiene el poder de arrancar a la incredulidad de sus raíces y hacer madurar fruto real y duradero, una abundante cosecha de bienaventuranzas, todo para la gloria de Aquel que es el único capaz de realizar el crecimiento.
La Confesión de Fe de Westminster, 1.5, no tiene igual acerca de su declaración sobre la cuestión de fondo de este principio:
Podemos ser movidos e inducidos por el testimonio de la Iglesia hacia una estima alta y reverencial respecto de las Sagradas Escrituras.
Y lo celestial del asunto, la eficacia de la doctrina, la majestad del estilo, el consentimiento de todas las partes, el alcance de la totalidad (que es dar gloria plena a Dios), el descubrimiento completo que hace del único camino de salvación para el hombre, sus muchas otras excelencias incomparables y toda la perfección contenida en esto, son argumentos mediante los cuales demuestra abundantemente ser la Palabra de Dios: sin embargo y no obstante, nuestra persuasión y la completa seguridad acerca de su verdad infalible y su divina autoridad es obra interna del Espíritu Santo, que da testimonio en nuestros corazones por y con la Palabra.
Es por esta misma Palabra de Dios, con y por la cual sólo el Espíritu de Dios da testimonio, que se es capaz de cambiar la propia perspectiva y el propio compromiso de la mente o el corazón, para pasar de poner al hombre como centro a poner a Dios Trino como centro, como Él se nos dio en Cristo.
Sobre la “razón” del hombre
La razón es la razón. Por alguna razón, la razón de las criaturas que razonan, algunos podrían razonar, es razón suficiente para la apologética. Pero el razonamiento, en este sentido, no es razonable y la razón es la siguiente: no existe tal cosa como la “razón” en abstracto.
Podemos delinear ciertas leyes del pensamiento. Podemos establecer estructuras noéticas y paradigmas. Pero una vez que esas leyes, estructuras y paradigmas chocan contra la imago dei (imagen de Dios), comienzan a funcionar. Sólo que cómo funcionan depende de si la propia imago permanece en Adán o si está siendo transformada en conocimiento, justicia y santidad, (Col. 3:10, Ef. 4:24) según la imagen de Cristo.
Estos son los dos únicos lugares donde la razón puede trabajar. Hay dos, y sólo dos, empresas contratadoras en la historia redentora. La razón no tiene otras opciones de empleo. Está diseñada para trabajar, cuando lo haga, ya sea para una empresa que está en mal estado, en descomposición y en disminución, pese a cada uno de sus esfuerzos (en Adán), o para una empresa que está en perpetua renovación y revitalización (en Cristo).
Pero muchos se han contentado con creer que, debido a que la estructura de la razón es la misma para ambas compañías, su empleo será el mismo también. El problema, sin embargo, no es la estructura del edificio sino la empresa que está contratando. Una vez que la razón esté empleada en “En Adán SA”, va inevitablemente, inexorablemente e ineludiblemente a trabajar noche y día para hacer todo lo posible a fin de indeterminar, subvertir, pervertir y, de ser posible, destruir a todos y todo lo que “Compañia En Cristo” quiera producir. En otras palabras, más santificadas: “por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.” (Rom. 8:7-8). No caben dudas de que Pablo quiere decir exactamente lo que está diciendo. La palabra que usa Pablo aquí, traducida a “designios” (*), se refiere a una configuración mental, a una particular forma de pensar. Y lo que dice es que la configuración mental centrada en la carne es hostil a Dios. También dice que la mente puesta en la carne no se somete a la ley de Dios, no piensa como Dios quiere que piense. También dice que la mente puesta en la carne no puede hacer lo que Dios requiere que haga. Esto debería ser obvio, pero se le escapó a muchos de los que quieren defender la fe.
O, para quedarnos con los textos sagrados, “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1 Cor. 2:14). ¿Qué puede querer decir Pablo aquí? Debe querer decir que la persona natural, es decir la persona que carece de la presencia regeneradora y renovadora del Espíritu de Dios,
piensa que las cosas de Dios son locura. Incluso puede ser que Pablo esté diciendo que una persona así no es siquiera capaz de comprender las cosas del Espíritu de Dios. Esas “cosas del espíritu de Dios” incluye el hecho de la existencia y el carácter de Dios. Con seguridad, si existen “cosas del espíritu de Dios”, la propia existencia y carácter de Dios encabezarían la lista de tales cosas.
Conclusión
¿Por qué, entonces, incluso hablar, discutir, debatir o razonar con este tipo de personas, cuya entera existencia -incluyendo su razón- está completamente ocupada con su lugar de empleo en Adán? Este es el asunto central del Principio 3. Hablamos, discutimos, debatimos o razonamos con ellos porque reconocemos que la verdad de Dios, tal como fue dada al mundo, es la única capaz de llevar a los que no pueden comprender hacia un lugar donde entiendan con felicidad y voluntad quién es Dios y qué quiere Él de nosotros.
(…) Razonamos con personas, debatimos, discutimos, argumentamos y defendemos, no sobre la base de un empleo compartido de la razón, sino sobre la base del poder, del poder de la resurrección, de la propia declaración de Dios. Fuera de ese poder, no escucharemos, razonaremos o veremos. De hecho, no podremos.
La Biblia nunca nos da una definición de lo que significa “imagen de Dios”. Emplea esta frase en variados contextos (por ejemplo: Gen. 1:26-27, 9:6; 1 Cor. 11:7, 15:49; Efe. 4:24; Col. 3:10; Santiago 3:9), pero no se preocupa en definirlo para nosotros. Así, la “imagen de Dios” es lo que nos diferencia de cualquier otra cosa creada. ¿Cómo puede ser tan central respecto de lo que somos y, al mismo tiempo, que no tengamos una definición precisa?
La respuesta a esta pregunta está incrustada en la propia historia del pacto. En vez de una definición de “imagen de Dios”, las Escrituras nos dan una demostración vasta, dinámica, variada e ilustrativa del significado de esta frase. Más precisamente, las Escrituras nos muestran lo que significa “imagen de Dios” en las formas en que se nos presenta nuestra relación con Aquel a cuya imagenhemos sido hechos. En ese sentido, la “definición” de “imagen de Dios” se completa a lo largo de la historia de los pactos de Dios con el hombre, e incluso hacia la eternidad.
El Hijo es la Imagen de Dios
La segunda persona de la Trinidad es (…) la esencia de la imagen de Dios. Es, según Pablo, el “amado Hijo” quien es la “imagen del Dios invisible, primogénito de toda creación” (Col. 1:13,15). Esta imagen-característica del Hijo, como procedente únicamente de Él, no se refiere inicialmente a su estatus de encarnado. Él no es imagen, en primer término, por haber tomado una naturaleza humana. En vez de eso, las Escrituras nos dicen que aquí esa Imagen se refiere al estatus del Hijo de Diosen tanto que Hijo, quien es en sí mismo total y completamente Dios. En palabras de Herman Ridderbos (…) “incluso se puede sostener que mediante el nombre “imagen de Dios” Pablo trata de dilucidar precisamente la relación eterna entre el Padre y el Hijo.”
Esta es una verdad central y relevante, muchas veces pasada por alto en las discusiones acerca de la imagen de Dios. Cristo, quien como Hijo (en sentido ontológico) es la imagen del Dios invisible, es quien toma la imagen de Dios (es decir, la naturaleza humana) a fin de, como imagen ontológica, redimir eso que se había perdido en la imagen creada. El significado del pacto histórico de la imagen de Dios en el hombre, por lo tanto, incluye el hecho de que ahora sólo puede ser lo que está destinado a ser en Cristo (cf. Col. 3:10, Efe. 4:24). Por lo tanto,como Imagen de Dios (en sentido ontológico), el Hijo es el único representante adecuado y exacto de Diosy, por lo tanto, es el único que puede revelarnos la plenitud de la divinidad, que no es más que el propio Dios (Col. 1:19 ).
[En términos sencillos, el Hijo es la Imagen de Dios, mientras que nosotros fuimos hechos a semejanza de, y por tanto, somos portadoresde la imagen de Dios. Como tal, sólo el Hijo revela plenamente a Dios, pues Él es Dios mismo revelado. Él es el representante perfecto de Dios, pues es la Segunda Persona de la Trinidad. Sin embargo, nosotros (los hombres) revelamos a Dios analógicamente, y le representamos según nuestra finitud. Además, no meramente en virtud de nuestra finitud como criaturas sino por causa de nuestra condición de pecado, fallamos radicalmente en revelar y representar a Dios en el mundo. Por lo tanto, toda esperanza de restauración del hombre para que refleje la gloria de Dios está en la Imagen Misma de Dios, nuestro Señor y Redentor Jesucristo].
La Imagen de Dios en el Hombre
Cuando el Dios Trino tomó consejo consigo mismo acerca de la creación del hombre, estaba, en cierto sentido, sometiéndolo a votación. Todo lo demás en la creación fue creado sin necesidad de consultas internas. Dios habló, y así fue. Una vez creado, Dios ordenó. Él dijo: Pero cuando se introdujo el tema de la creación del hombre, la consulta precedió a la orden.
(…) En términos de nuestra comprensión del Hijo como Imagen, tal vez la consulta podría ser interpretada bíblicamente de esta manera, como el Padre dice: “Hagamos al hombre como el Hijo. Como el Hijo, hagámoslo para que habite en él la plenitud de la humanidad, en él está la representación del carácter de Dios y en él está la revelación, de una manera única, de quién es Dios. ¿Todos a favor?”
Por lo tanto, Adán representa a toda la humanidad y el hombre (varón y mujer) representa a Dios como ninguna otra cosa en la creación lo hace, o lo puede hacer, y revela cómo es Dioscomo ninguna otra cosa en la creación hace, o lo puede hacer. Podríamos decir queel hombre es la imagen única de esa Imagen Original [el Hijo] que es, en sí misma, plenamente Dios. Así que, como Juan nos recuerda de manera simple pero profunda, fue este Hijo, la Palabra de Dios en sí mismo, quién es, en la creación, tanto la vida como la luz del hombre (Juan 1:1,5-9). Cuando Dios sopla en el hombre el aliento de vida, ese aliento es la Palabra que es, a la vez, vida y luz. Por lo tanto, el hombre tiene, en virtud de su creación a imagen de Dios, tanto el conocimiento (es decir, la luz), como la justicia y la santidad (es decir, la vida). Él conoce a Dios de verdad: es “bueno” y agradable a Dios; conforma en sí mismo el carácter de Dios tal como ninguna otra cosa en la creación puede hacerlo.
Entre paréntesis, debemos recordar que no hay ninguna indicación en las Escrituras acerca de que los ángeles hayan sido dotados con ninguno de estos beneficios esenciales. No tienen ningún representante en el pacto y no se les da la tarea de revelar a Dios en y a través del resto de la creación. En ese sentido, la vida que tienen no tiene su origen en el aliento de Dios, que da la vida al Hijo (y se convirtió en el espíritu que da vida). La inhalación de Dios se pone de manifiesto sólo en dos contextos en la historia del pacto: (1) la creación del hombre como imagen y (2) la creación de las propias Escrituras (2 Timoteo 3:16.). En ambos casos, es la Palabra, por medio del Espíritu, quien es el instrumento en la producción de la revelación de Dios.
La Caída del Hombre
Reconocemos en las Escrituras, por lo tanto, que sólo al hombre se le dio el privilegio de la representación y de la revelación. Como imagen de la Imagen, la responsabilidad del hombre, y también su maldición, abarcó a toda la humanidad y también al resto de la creación.
(…) Había una obligación impuesta a Adán, por tanto, que era particular de él solamente. Esta obligación no fue colocada sobre los ángeles ni fue colocada sobre Eva. Dependía de Adán continuar con la vida que se
le había dado o introducir una muerte segura a la creación “muy buena”. Trágicamente, Adán escogió esto último. Desde entonces, todos nosotros, en virtud de nuestra humanidad en Adán, somos por naturaleza hijos de la ira (Ef. 2: 3).
Todo hombre está en pacto con Dios en virtud de Su Imagen.
Si pensamos en la imagen de Dios como análoga a una imagen en el espejo, algunos aspectos parecen obvios. Como en el espejo, la imagen presupone la presencia del original. Si el original no está presente, no puede haber ninguna imagen. Lo mismo ocurre con nosotros. Ser imagen de Dios significa que Dios está presente para y con el hombre de manera total y siempre, por el Pacto. No hay lugar donde Dios no sea tal. Y esa presencia requiere que “espejemos” al que está con nosotros. En segundo lugar, como una imagen en el espejo,la imagen en sí misma sólo tiene su identidad en el original pero, al mismo tiempo, es fundamentalmente diferente del original. Somos humanos sólo en la medida en que reflejamos a Dios. Pero incluso si reflejamos a Dios, nunca seremos más que imagen. De ninguna manera coincidimos con el propio Original. Por definición, una imagen es siempre y únicamente una imagen: no puede ser el original.
Este es el punto apologético fundamental. Nuestra condición de hijos de la ira presupone una relación con el Dios Trino que nos hizo. No es una relación feliz: está condenada a la perdición eterna si no se cambia. Pero la causa por la que vamos a sufrir eternamente, si permanecemos en Adán, es precisamente porque en Adán somos, para la eternidad, imagen de Dios. En nuestra existencia humana, por lo tanto, reflejamos algo del carácter de Dios. Nuestras vidas depravadas y rebeldes muestran sucesivamente las consecuencias de tratar de rechazar a Dios. En el infierno, reflejamos la realidad de violar la santidad de Dios: nos convertimos en objetos de su justicia y de su consiguiente ira.
La relación en el Jardín con Adán, una vez establecida, permanece para toda la humanidad tanto en esta vida como en la eternidad. Debido a que somos imagen, en términos de nuestro maquillaje esencial, estamos obligados a ajustarnos al carácter de Dios o a sufrir las consecuencias de nuestra negativa a ajustarnos. O, para decirlo de otra manera, la realidad de nuestra depravación es lo que es, en el contexto de nuestro carácter esencial de imagen.
(…) Cada vez que nos acercamos a alguien con la verdad de Dios, nos estamos acercando a una persona que es la (fallida) imagen de Dios. Nos acercamos a alguien que ahora y siempre tiene una relación con el Dios de quien hablamos. Nos acercamos a alguien que sólo puede ser quien él está destinado a ser, que sólo puede estar “completo” nuevamente si está de acuerdo con renunciar a su rebelión para manifestar una vez más el carácter de Dios, ya que se renueva en la imagen de Cristo, su conocimiento, justicia y santidad.
Somos quienes somos en Adán. Sólo nos convertimos en quienes estamos destinados a ser en Cristo. No hay otro “lugar” para que seamos, no hay una tercera categoría. Todos nosotros estamos definidos de acuerdo a una de las dos cabezas designadas por Dios y por el Pacto: Adán o Cristo. En este punto, al menos, nuestra teología es muy simple: hay dos, y sólo dos, categorías disponibles.
Según el Apóstol Pablo, en Rom. 1:18-21:
Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad. Me explico: lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues él mismo se lo ha revelado. Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina,se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa.A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. (NVI).
Pablo nos dice con términos claros y llamativos que no hay ninguna persona sobre la faz de la tierra, desde el comienzo de la creación y hasta la eternidad futura, que, en virtud de ser la imagen de Dios, no conozca a Aquel a cuya imagen ha sido hecha y por cuya providencia vive. (…) Todas las personas conocen al verdadero Dios, verdadera y culpablemente. Ese conocimiento nos coloca sin excusa delante de Dios. Nadie estando delante de Dios en el Juicio va a decir: “Nunca te conocí”. Nadie va a decirle a Dios en ese día: “Si te hubieras dado a conocer ante mí, te hubiera reconocido”. La clara enseñanza de las Escrituras es que Dios se ha dado, se está dando y siempre se dará a conocer a todas las personas, en todo tiempo y a través de toda la creación. Con el fin de ser lo que somos, como imagen de Dios, debemos ser los que reconocemos a Dios, siempre y en todas partes. Por lo tanto, aunque no nos “parezca” que todas las personas conozcan a Dios, dado que las Escrituras nos dicen que todos lo conocemos, vamos a ver a todas las personas, en primer lugar, a través de la “lente” de las Escrituras y afirmaremos que sus vidas están definidas centralmente en términos de su verdadero conocimiento del verdadero Dios. Aquí es donde todos los seres humanos inician su autoconciencia. Inicia con el conocimiento de Dios, que llega en y a través de nuestro conocimiento de la creación.
Culpabilidad y Obligaciones del Pacto
El problema [como algunos objetan] no es que un Dios amoroso no haya hecho lo suficiente para darse a conocer. El problema es que aquellos a los que siempre y en todas partes se da a conocer, trabajando noche y día, están totalmente vestidos con sus disfraces-fachadas para asegurarse de negar lo que realmente saben y no reconocer lo que realmente experimentan. En otras palabras, el problema no es el ocultamiento de Dios, sino que es el permanente intento del hombre de esconderse de la mirada perpetua, del pacto y del siempre presente Dios, como Adán y Eva en el Jardín.
Este verdadero conocimiento del verdadero Dios es, en realidad, inmediato. No depende de la capacidad intelectual o inferencial de uno. Es conocido (porque Dios lo da a conocer) simplemente por la propia experiencia. Y esa experiencia es tan omnipresente como nuestra propia autoconciencia. No sólo esto, sino que además este conocimiento es personal. No es simplemente el conocimiento de un hecho. El conocimiento de la existencia de Dios no es simplemente conocer la afirmación “Dios existe”. En vez de eso, es un conocimiento personal, más bien como conocer a un padre o un hermano. Dado que este conocimiento personal es el conocimiento de Dios, trae consigo requisitos (obligaciones) para los iniciados en Dios. En otras palabras,el conocimiento de Dios que todos tenemos es el pacto.
En Romanos 1:32, Pablo incluye el conocimiento de los requerimientos de Dios (los términos del pacto) junto al conocimiento de Dios que todos tenemos. Incluido con el conocimiento de los requerimientos de Dios está el conocimiento de que nuestra trasgresión a esos requerimientos es una ofensa capital que, con razón, incluye la pena de muerte. Sin embargo, en lugar de cumplir esos requerimientos, elegimos violarlos. Más aún, nosotros nos reunimos con otros que eligen las mismas opciones y animamos una rebelión contra esos términos, que sabemos que traen una muerte segura. La cuestión que Pablo está resaltando sobre el problema del pecado en este versículo es que nuestro pecado contra Dios es conocido por cada uno de nosotros, que viene incluido en la revelación natural de Dios. Cada uno de nosotros sabe que permanecemos pecadores en presencia de Dios, sabe que nuestro pecado conlleva una pena justa y, sin embargo, elevamos tres hurras por los que eligen vivir en la misma tonta suciedad que hemos elegido para nosotros mismos.
A pesar de que Dios es el único que revela, a pesar de que su revelación siempre y en todas partes llega a la mente y al alma del hombre y aunque no haya ninguna posibilidad de que lo que sabemos sea falso, nosotros somos los que sabemos ysomos responsables de lo que hacemos con el conocimiento que Dios da. Y una vez que nosotros, pecadores en manos de un Dios airado, obtenemos ese conocimiento verdadero y perfecto, es inevitable que lo distorsionemos, lo pervirtamos, lo alteremos, lo quebrantemos, lo neguemos, lo contradigamos, lo odiemos, y nos neguemos siempre a reconocerlo. Hacemos todo esto mientras permanecemos en Adán. Hacemos esto, en otras palabras, como quebrantadores del pacto.
Ser un quebrantador del pacto implica tener una relación con el Dios Uno y Trino. No es una relación feliz. Se caracteriza por la ira de Dios (Romanos 1:18; Ef. 2: 1-3.). Pero es una relación.Lleva consigo todas las características de una relación: responsabilidad, rendición de cuentas, interacción, conocimiento mutuo. En otras palabras, a causa de Adán, nos mantenemos en oposición al Dios que conocemos y al que debemos lealtad. Esto es parte de lo que Pablo resalta en Romanos 5: 12-21. En este pasaje, Pablo, escribiendo bajo la inspiración infalible del Espíritu Santo, establece el hecho de que “porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores” (Romanos. 5,19). Esto ocurre porque Dios designó a Adán, que es un tipo de Cristo (Romanos 5:14), para ser la primera cabeza del pacto con toda la humanidad.
Por el pecado de un solo hombre, nacemos como supresores de la verdad que Dios revela. Nacemos con una cierta inclinación en contra de lo que Dios dice, en la naturaleza y en su Palabra. En otras palabras, Dios se revela a todas las personas en todas partes a fin de que todas las personas en todas partes puedan honrarlo y darle gracias (Romanos 1:21). En vez de eso, tomamos el conocimiento que él da a través de la creación, “aceptamos” (normalmente) los hechos dados, pero suprimimos a Aquel sobre quien habla cada hecho y hacia quien se dirige cada hecho.
En ese sentido, distorsionamos intencionalmente y con orgullo cada hecho que pretendemos conocer. Podemos describir estos hechos, podemos nombrarlos y hablar de su relación con otros hechos. Pero no conocemos la razón última de ser de los hechos, por su verdadero significado o por sus relaciones. (…) En otras palabras, la razón por la cual debemos conocer los hechos de este mundo es que podamos conocerlos como hechos de Diosy ejercer dominio sobre los tales bajo Dios(Génesis 1:28). En cambio, nos convencemos de que son nuestros hechos los que deben entenderse e interpretarse inicialmente desde nosotros. Esto es una supresión pecaminosa y deliberada y, al final, no vamos a salirnos con la nuestra. Pero tampoco nos salimos con la nuestra en el presente. Cuando suprimimos la razón y el fundamento de cada hecho en el mundo, incluyendo al propio mundo, las cosas se vuelven confusas y sin sentido.
El Carácter Absoluto de esta Antítesis
Cuando pensamos en la antítesis como “absoluta” estamos apuntando al hecho de que el basamento o fundamento de la antítesis no es medido en una escala relativa. Por ejemplo, la diferencia entre un cristiano y un no cristiano no depende de la forma en que cada uno de ellos actúa en determinado momento. No se mide por la cantidad de “bien” que un no cristiano lleva a cabo o por la cantidad de pecado que comete un cristiano. La manera que Dios ha elegido para identificar a la humanidad, desde la caída, es que cada persona permanezca o bien en Adán o bien en Cristo. Por lo tanto, cuando Dios mira a la multitud de personas sobre la Tierra, ve a aquellos que o bien permanecen bajo la ira, en virtud de ser pecadores en Adán, o bien permanecen en gracia, en virtud de ser contados como justos en Cristo. No hay una tercera “posición” donde ubicarse. No hay una escala móvil con Dios. Nadie puede estar parcialmente en Adán y parcialmente en Cristo. Nuestro propio cimiento frente a Dios se define por uno de estos dos “Adanes”: el primero o el último (I Corintios 15:45). Debido a esto, todos operamos (vivimos, nos movemos y somos) en relación con la persona a la cual estamos unidos.
Para utilizar una metáfora bíblica, la antítesis es como los cimientos de una casa. Puede ser que una casa tenga habitaciones gloriosas, ornamentados y majestuosos muebles y una magnífica arquitectura. Pero si la casa se ubica sobre un desagüe, todo lo que es y lo que tiene está a un paso de la ruina total. Esa misma casa, pero con los cimientos sobre roca, puede soportar las realidades de un mundo agitado. Incluso, si sus habitaciones y muebles están dañados, la base se mantendrá y seguirá siendo lo suficientemente fuerte como para soportar cualquier reparación necesaria.
La antítesis no puede ser relativizada. (..) Uno muere en Adán o en Cristo. El fruto que producimos, para usar otra metáfora, proporciona indicaciones y señales sobre la raíz del problema. Pero el único punto definitivo para cualquier persona que muere es a quién está unido. Dios ha orquestado su creación de forma tal que nuestras identidades no son exclusivamente propiasy tienen sus raíces plantadas en sólo una de dos macetas. Y las plantas que crecen en cada una de estas macetas, algún día estarán decidida y eternamente separadas (Mateo 25: 32 ss.).
La Naturaleza Pactual de esta Antítesis
La antítesis es “pactual”. Nos referimos a esto tanto en un aspecto positivo como en un aspecto negativo. Dado que lo negativo no es explícito sino que más bien está implícito en el sentido positivo, debemos ser explícitos sobre esto ahora. La antítesis no niega, sino presupone, que el hombre (varón y mujer) está hecho a imagen de Dios. Es sólo porque somos imagen que estamos identificados con una de las dos cabezas pactuales.
Adán y Eva fueron creados a imagen de Dios. Una vez que el pecado de Adán arruinó la creación, incluyendo al hombre, esa imagen pasó a estar distorsionada y pervertida, necesitada de redención. Pero no fue borrada. Como imagen, es responsabilidad de cada persona que manifieste la naturaleza y el carácter de Dios para ser santa, así como Él es Santo. Los que están y permanecen en Adán llevan esa responsabilidad. Están atados con las cadenas de satisfacer las demandas de la ley de Dios, sin ninguna capacidad para hacerlo. Sin importar qué fruto puedan producir, lo producen a partir de raíces podridas, decadentes y llenas de veneno. Ese fruto bien podría adornar un cuenco sobre la mesa, pero nunca debería ser comido: no tiene en sí ningún valor duradero o nutricional.
Esto es parte de lo que Pablo les destaca a los atenienses y filósofos:
Por tanto, siendo descendientes de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea como el oro, la plata o la piedra: escultura hecha como resultado del ingenio y de la destreza del ser humano. (Hechos 17:29, NIV)
Pablo es atractivo para su público por resaltar que ellos fueron hechos a imagen de Dios. Puesto que son descendientes de Dios y, por lo tanto, hechos a su imagen, ¿cómo alguien en este mundo podría pensar que ellos mismos deberían o podrían hacer una imagen que muestre quién es Dios? Pablo los confronta magistralmente con su propia inconsistencia devastadora. Y lo hace basado en el hecho de que son de Dios y son responsables de ser como Él.
Los que están en Cristo son, en sí mismos, imágenes defectuosas, pero la realidad de “Cristo en vosotros” (Colosenses 1:27) significa que esa imagen defectuosa se encuentra en proceso de restauración total y proviene de raíces que son puras y de valor duradero. Hay una renovación de esa imagen, una renovación para el verdadero conocimiento (Colosenses 3:10), verdadera justicia y santidad (Efesios 4:24). La imagen en ruinas que necesitaba ser restaurada, está más que restaurada. Fue rehecha, redimida y se está moviendo hacia la total conformidad con quien es, en sí mismo y ahora, la imagen visible del Dios invisible (Colosenses 1:15). Por lo tanto, la antítesis se aplica a todos y cada uno.
El Teísmo Cristiano es la Única Posibilidad porque es la Única Realidad
Piense en la tentación original. Dios habló. Lo que dijo fue claro y no negociable. Se definió el jardín para Adán y Eva. Y se definió su responsabilidad en el cuidado de la creación de Dios. Fue un mandato negativo, limitado a un árbol. ¿Qué tan difícil de obedecer podría ser?
Como sabemos ahora demasiado bien, sólo había un mandato y ese único mandato no pudo ser obedecido. La única orden negativa y el único árbol se convirtieron en blanco de los ataques de Satanás. Pero él no comenzó el ataque con una oposición explícita, a eso iba a llegar más tarde. Empezó de manera más sutil (Génesis 3: 1). Empezó pidiendo a Eva que considere lo que Dios había dicho. Una vez que Eva lo consideró, fue engañada por Satanás (2 Corintios 11: 3), quien la llevó a pensar que lo que Dios había dicho podría estar necesitando su afirmación, interpretación y evaluación antes de que se pudiera tomar una decisión al respecto. En otras palabras, ella fue engañada para que piense que la Palabra de Dios no era suficientepara que ella actúe, que necesitaba su propia interpretación. Estaba, a lo sumo, incompleta y podría llegar a ser totalmente errónea. Esto es el relativismo. Satanás convenció a Eva, y a Adán con ella, de que, suponiendo que la Palabra de Dios fuera la Palabra de Dios, si lo fuera, si debía ser seguida, afirmada, creída y obedecida, eso dependía de Eva, y luego de Adán.
El resto de la historia de la redención comenzó con la declaración de Dios de que la trasgresión del único mandato respecto de un único árbol, sólo podía ser superada por el único Dios, que se digna a redimir a un pueblo, su pueblo, del pecado que pusimos sobre nosotros mismos. El teísmo del Antiguo y del Nuevo Testamento siempre ha sido exclusivo en este sentido. Es un teísmo que no admite rivales (Isaías 45:22). Es un teísmo que, por sí mismo, puede definir adecuadamente al mundo y a los que lo ocupan. Cualquier otro punto de vista que se oponga a este Dios y su interpretación de su mundo es, por definición, lisa y llanamente, falso. En otras palabras, y para evitar la tentación respecto del relativismo, el teísmo cristiano es cierto, no porque creamos en él, sino debido a quién es Dios, creamos o no en Él.
Una vez que hay una negación, sea directamente o no, del Dios que creó y sostiene todo lo que es, las creencias e ideas falsas no tienen respaldo, flotan sin rumbo, a menudo, golpeándose unas contra otras, no pudiendo aterrizar en ningún lugar. La verdad del cristianismo, en otras palabras,no es simplemente un conjunto de proposiciones que afirmamos (aunque debemos afirmarlas), sino que es como el universo es en realidad. Negar esto significa negar la realidad, es un costoso y peligroso viaje al corazón del País de las Maravillas de Alicia. Produce todo tipo de “realidades” que compiten por aceptación, pero que no tienen en absoluto cualidades redentoras.
Pensar en el teísmo cristiano de esta manera significa que, al menos parcialmente, no hay manera posible de que una posición, creencia, idea, concepto, acción o estilo de vida adverso pueda “tener sentido” en términos de personas que tienen o hacen tales cosas en el mundo donde vivimos. Es el mundo de Dios. Al igual que el Jardín y sus árboles, Él identifica y define su significado y propósito. Fuera de esa identificación y definición no puede haber ningún propósito o significado. Todo lo que resta es vanidad y correr tras el viento.
Esto nos ayudará, en la medida en que tratemos de hablar con aquellos que permanecen en Adán. Podemos no conocer con precisión lo que ellos creen, a qué posiciones adhieren o qué estilo de vida adoptan. Ellos mismos pueden no ser capaces de articular estas cuestiones de manera precisa. Pero, en la medida en que tratemos de ayudarles a ver su propia situación, podemos estar seguros de que entrar en cualquier discusión sobre cualquier tema, salvo que tenga como fundamento y cimiento la “roca” del Dios creador y su Palabra, no tiene ninguna esperanza disponible. La filosofía puede ser intimidante para muchos y los complejos sistemas de creencias a veces pueden abrumarnos. Pero esto es lo que sabemos: aunque el diablo pueda estar en los detalles, no está ausente del rechazo más básico y simple de Dios y de su Palabra. Está ahí mismo, justo en el medio, cuando cualquier filosofía o intrincado sistema de creencias comienza con la pregunta “¿Realmente Dios lo ha dicho?”.
Cuando vemos personas que están fuera de Cristo que, tal vez incluso, son hostiles a las Escrituras pero que viven una vida decente, promueven ideas útiles, alientan cosas buenas y producen beneficios reales, nuestra interpretación acerca de estas situaciones se torna borrosa y amorfa si tratamos de entender sin ver a través de la lente de la verdad bíblica.
Este tipo de interpretaciones difusas son demasiado comunes, incluso entre algunos de los mejores teólogos. Recuerdo muy bien, hace un par de décadas, la lectura de esta afirmación en un libro sobre apologética, “… la gente no necesariamente se considera a sí misma en oposición a Dios, cuya existencia ni siquiera conoce desde el principio. Ellos simplemente… operan de acuerdo con la naturaleza humana”.
Sin embargo, no existe cosa tal como la “naturaleza humana” en abstracto. La propia naturaleza está íntimamente ligada a nuestra relación con el Dios Uno y Trino y esa relación se define por una de estas dos maneras: o bien por nuestro permanecer en Cristo, o bien por permanecer en Adán. En el primer caso, es porque estamos bajo la gracia; en el último, estamos bajo la ira. En ambos casos, sin embargo, conocemos a Dios “desde el principio”. Lo conocemos ya sea en virtud de su propia revelación en la naturaleza o lo conocemos en virtud de su revelación en la naturaleza y en las Escrituras.
(…) Entonces, ¿cómo es que la gente que constante y firmemente suprime la verdad de Dios, de todos modos, parece que no se rebela contra Dios la mayor parte del tiempo? (…) Calvino nos ayuda a reconocer la obra universal y persistente del Espíritu Santo en cada persona:
Mientras tanto, no debemos olvidar los más excelentes beneficios del Espíritu Santo, que Él distribuye a quien quiere, para el bien común de la humanidad. La comprensión y el conocimiento de Bezaleel y Aholiab, necesarios para construir el Tabernáculo, tuvieron que ser inculcados en ellos por el Espíritu de Dios (Éxodo 31: 2-11; 35: 30-35). No es de extrañar, entonces, que el conocimiento de todo lo que es mayormente excelente en la vida humana nos sea comunicado por el Espíritu de Dios. Tampoco hay ninguna razón para preguntar: ¿qué tienen que ver los impíos, que están completamente separados de Dios, con su Espíritu? Debemos entender la afirmación de que el Espíritu de Dios habita sólo en los creyentes (Romanos 8: 9) como una referencia al Espíritu de santificación a través del cual nos hemos consagrado, como templos, a Dios (Corintios 3:16). No obstante, llena, mueve y acelera todas las cosas por la fuerza del mismo Espíritu y lo hace de acuerdo con el carácter que otorga a cada especie por la ley de la creación (Institutos II. ii. 16).
Estas verdades nos ayudarán a reconocer que, contrariamente a la idea abstracta de una “naturaleza humana” neutral, la única forma en que el mundo continúa y se mantiene, es por la obra de Dios Trino y Uno. Sólo Él sostiene todas las cosas, es sólo en Él que todo el mundo, tanto creyentes como no creyentes, vive, se mueve y tiene su existencia. Por lo tanto, cuando vemos cosas buenas, cuando reconocemos los útiles y, a menudo, brillantes desarrollos que provienen de aquellos que no conocen a Cristo, también reconocemos que esas cosas sólo pueden surgir por lo que el Espíritu de Cristo está haciendo en y a través del mundo. Todo lo bueno, no sólo lo bueno que viene de o va hacia los creyentes, es lo que es por la actividad universal y la obra del propio Espíritu.
Por lo tanto, en vez de creer solamente que es adecuado reconocer y apreciar las cosas buenas de cualquier persona, en primer lugar, debemos reconocer y apreciar la bondad de Dios Uno y Trino, que es la única fuente de todo bien. Para aquellos que están y permanecen en Adán, la supresión del conocimiento de Dios se lleva a cabo cada segundo que respiran. Pero el mismo Dios que persistentemente ofrece su revelación a través de todo lo que ha hecho, también da graciosamente cosas buenas a la gente rebelde, de acuerdo a su propia sabiduría soberana y misteriosa. Todo para la gloria de su Santo Nombre.
Entonces, ¿qué es lo que hace un apologista cristiano? Podría ayudar a reconocer la estructura de la persuasión en todos nuestros intentos de defender al cristianismo. El Principio 9afirma tanto un aspecto objetivo como otro subjetivo de esta persuasión. Subjetivamente, como hemos visto, la persona a quien le hablamos ya conoce a Dios, al Dios verdadero. Sabe que él es una criatura de Dios, que ha pecado contra su carácter, que su pecado merece la muerte y que debe arrepentirse, dar honor y gracias a Dios. Dado a que sabe debido a la actividad de Dios en y a través de la creación y todas estas cosas, cada vez que le comunicamos la verdad de Dios, esa verdad lo traspasa. En otras palabras, si pensamos en la persuasión como el intento de “conectar” lo que estamos diciendo con lo que la otra persona sabe, entonces, la comunicación de la verdad de Dios es, por definición, persuasiva: la verdad de Dios siempre cumple los fines para los que es enviada.
Por supuesto, debemos ser prudentes en cómo y qué comunicamos. A pesar de que afirmamos que la verdad de Dios siempre da en el blanco de los que escuchan, por lo general, es muy poco convincente acercarse a alguien y decir, simple y bruscamente, “Usted se va a ir al infierno. ¿Está interesado en saber más?” La sabiduría requiere, al menos y en la medida de lo posible, que se tenga en cuenta a quiénes les hablamos para que podamos atraerlos a la discusión. Esto, como ya hemos visto, fue lo que Pablo eligió hacer en su aproximación a los atenienses: determinó citar a sus propios poetas a fin de decirles quién es Dios.
El aspecto objetivo de la persuasión tiene que ver con nuestro Principio anterior. Puesto que Dios, en su misericordia hacia todos, restringe la profundidad de la depravación de los que están fuera de Cristo de manera tal que son capaces, a menudo con gran efecto, de afirmar cosas correctas y vivir vidas que pueden ser todo menos caóticas, podemos usar esas “cosas correctas” y “buenas” vidas para comenzar a cuestionar la forma en que realizan la negación de la existencia de Dios. ¿Cómo puede ser, podríamos preguntarnos, que las leyes básicas de la física sean tan uniformes y calculables si el mundo está en constante cambio y carente de toda estabilidad real? De esta manera, tomamos cosas que una persona cree, sabe y afirma que es verdad y comenzamos a cuestionar cómo su visión del mundo, o de su vida, puede dar cuenta de esas cosas.
La persuasión, por lo tanto, reconoce la verdad dentro de todos nosotros, al menos una “verdad” superficial, que Dios permite que sea afirmada por aquellos que permanecen en Adán. Existe en nuestro intento de persuadir, por lo tanto, un cimiento de revelación (las Escrituras) que tiene que ser reconocido (no necesariamente comunicado) en medio de nuestra defensa de la fe.
En este sentido, ninguna apologética que se llame cristiana estará satisfecha con un mero teísmo. Reconocerá que el teísmo cristiano requiere de Cristo, o no sería un verdadero teísmo en absoluto. Dios ha provisto los medios de persuasión. Todas nuestras pruebas deben reconocer e incorporar esos medios.
Parte de lo que significa amar al Señor nuestro Dios con nuestra mente es que debemos interpretar al mundo que nos rodea, a la gente que conocemos y vemos, a nosotros mismos y a nuestras relaciones a la luz del plan soberano y del propósito de Dios. En otras palabras, debemos interpretar estas cosas como realmente son y no como algo irrelevante o inaplicable para el cristianismo.
El Peligro de Reducir la Fe a una Mera Cuestión Personal
En su obra maestra: Los Archivos del Sepulturero (antes publicado como: El último cristiano en la Tierra), Os Guinness ilustra creativamente cómo la fe cristiana, que ha tenido una influencia sustancial y significativa en el desarrollo del mundo moderno, puede, si no se tiene cuidado, convertirse en su propio enterrador. En el libro: “Operación Sepulturero” comienza socavando subversivamente la fe cristiana. Los responsables de la Operación tienen la tarea de amplificar algunas de las debilidades centrales del cristianismo con el fin último de tornarlo completamente ineficaz e irrelevante. En el “Memorando 4”, titulado “El factor zoológico privado”, la “Operación” está dirigida a asegurar que aquellos que se aferran a la fe cristiana lo hagan sólo dentro de sus propias jaulas espirituales. Si quieren declamar que son cristianos, todo muy bien. Sin embargo, nunca se les debe permitir pensar que su cristianismo tiene alguna relevancia fuera de sus jaulas cristianas personales: pueden creer lo que quieran, siempre y cuando mantengan sus creencias y prácticas dentro de sus propios zoológicos privados.
Sería tentador argumentar que los zoológicos privados de Guinness son florecientes en estos días, incluso más que cuando el libro fue escrito originalmente. Teologías completas han sido desarrolladas a fin de apoyar este tipo de ideas. Pero el punto a destacar aquí es que todo resulta muy tentador para que nosotros mismos elijamos zoológicos privados, en función de la forma en que pensamos y vemos al mundo que nos rodea.
La Obra de Dios en el Mundo
Sólo para poner un ejemplo, considere la forma en que las Escrituras nos animan a pensar en el mundo que nos rodea:
Él hace brotar el heno para las bestias
y la hierba para el servicio del hombre,
para sacar el pan de la tierra,
el vino que alegra el corazón del hombre,
el aceite que hace brillar el rostro
y el pan que sustenta la vida del hombre.
Hizo la luna para los tiempos;
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas, y es de noche;
en ella corretean todas las bestias de la selva.
Los leoncillos rugen tras la presa
y reclaman de Dios su comida.
Sale el sol, se recogen
y se echan en sus cuevas.
Sale el hombre a su labor
y a su labranza hasta la tarde.
(Salmos 104:14-15, 19-23)
Las Escrituras toman algunos de los eventos más “mundanos” y “comunes” del mundo y afirman a todos ellos como ilustrativos de la obra de Dios en el mundo y de su majestad (ver versículo 1). Incluso la hierba que crece, que a veces se usa metafóricamente como símbolo de lo totalmente aburrido, se describe como siendo causada por Dios y teniendo la finalidad de la promoción de la vida de los animales que Él ha hecho. La copa de vino que disfrutamos es dada por Dios para el estímulo. Los animales buscan su comida de Dios. Incluso la rutina de nuestro trabajo diario es un signo de grandeza y gloria de Dios.
Hay, por supuesto, eventos más dramáticos y significativos que ocurren cada día. Hay guerras y conflictos, asesinatos y muertes, desastres y destrucción. Una pequeña dosis de las noticias del día puede ser casi abrumadora para nosotros.
La pregunta que este Principio Diez se propone evocar es: “¿entendemos los hechos más cotidianos, así como los más monumentales, como expresión del plan soberano y del propósito de Dios en y para este mundo?” Cuando estamos viendo o leyendo las noticias, ¿recordamos que todo es parte del plan integral de Dios, o sentimos en nuestros corazones que el mundo está fuera de control? Es una parte necesaria de nuestra santificación en Cristo que empecemos a ver todo, lo bueno y lo malo, comoteniendo su origen y su sustento en la actividad del DiosUno y Trino que todo lo controla.
Hace algunos años, tuve que ir al médico por una lesión persistente que había sufrido en la espalda. Durante el proceso de diagnóstico, el médico quería que yo reconociera por qué la lesión era tan persistente. “El problema”, dijo, “es que nunca debimos haber caminado erguidos. Una vez que pasamos del uso de los cuatro miembros al uso de sólo dos, lesiones como la suya fueron inevitables”. El doctor siguió con el diagnóstico y prescribió una cura. Su interpretación de la causa del problema, sin embargo, estaba completamente fuera de lugar.
Cuando vemos esto, empezamos a ver que, aunque la gente puede funcionar en este mundo sin reconocer al verdadero Dios, su “funcionamiento” es prueba de que el cristianismo es verdadero. Por lo tanto, mi médico puede diagnosticar y solucionar mi lesión en la espalda, pero su diagnóstico depende del hecho de que el cuerpo humano sólo puede ser lo que es y funcionar como lo hace porque Dios ha originado, y sostiene en la actualidad, su complejidad virtualmente infinita. Una teoría del cuerpo humano que asuma que se pasó accidentalmente de cuatro patas a dos piernas podría, si es coherente, no tener nada que ver con la coherencia predecible y estructural de la medicina. Los accidentes restringen la previsibilidad. Pero debido a la misericordia universal de Dios hacia quienes se le oponen y debido a que mi médico está en pacto con Dios (porque permanece en Adán) y fue hecho a imagen de Dios, incluso su interpretación errática de la causa de mi dolencia, no le impidió ayudarme. Pero es importante señalar que la ayuda que me dio no se debió, al menos no en primer lugar, a su comprensión de la medicina o a su propia experiencia, sino que se debió a la bondad y a la misericordia de Dios. Teniendo sólo en cuenta su propia interpretación de mi lesión no tendría los medios a su disposición para solucionar mi problema.
De esta manera, ahora vemos todas las cosas como teniendo su plenitud y su sustancia en Cristo. Reconocemos que el crecimiento de la hierba, así como el gemido de los descontentos, es lo que es debido a lo que Dios es. Decidimos llevar cada pensamiento sobre cada cosa cautiva hacia la obediencia de Cristo. Entonces, como Dios nos permite, buscamos mostrar persuasivamente a nuestros amigos que sin esta visión integral de Cristo, sólo permanece la absoluta oscuridad. Y por eso oramos, para que las personas que caminan en la oscuridad vean esa Gran Luz (Isaías 9: 2), que es capaz de suprimir por sí misma la oscuridad de la muerte eterna.
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